jueves, septiembre 19, 2019

LOS MIL EUROS


        Tenía ganas de hacer pipí, pero tenía miedo. Estábamos a más de treinta y cinco mil pies de altura, ya habían pasado varias horas del vuelo en Alitalia desde Milán a Caracas. Y yo no me atrevía a meterme en el minúsculo baño del avión. Me sentía mal desde la mañana, me dolía la cabeza y estaba de mal humor, y no, no era por el stress del viaje, y no, no soy claustrofóbica. Era que ya sabía lo que venía. Y no quería.  Era el 2 de Enero de 2010 y si alguien contaba los días desde hace quince días, era yo. Cada día era una espera infinita.

        Entré al baño y con las manos temblorosas me abrí el cierre y me bajé el pantalón. Pero antes me miré en el espejo: “ya sabes lo que está pasando, atrévete, no es la primera vez que te pasa”, me dije tratando de encontrar valor ante algo tan natural y tan odiado por mí en ese momento. Me bajé las panties y ahí estaba la oscura mancha, la roja mancha que me recordaba como tantas veces anteriores: “no sirves, esta vez, tampoco vas a ser madre”. Oriné infinito, sentía que de todos lados de mi cuerpo salía líquido, las lágrimas empezaron a brotar a la par de mis fluidos. Y me enojé con Dios, con la vida.

        ¿Les dije que contaba los días, no? Pues vámonos quince días antes.  

        Ahí estaba yo, de piernas abiertas, cerrando los ojos y olvidando que varias personas estaban mirando en primer plano mi vagina. Rezando, sí rezando. A la Morenita, a la Virgen de Coromoto, a Dios y todos los Santos milagrosos posibles. Estaba en un quirófano, me estaban implantando un óvulo fecundado: “Hermoso, se dividió perfecto, tiene tres días, es tu bebé” dijo el Doctor Luis Sánchez deCaracas Fertility Center.Él estaba completamente seguro de que esta vez iba a funcionar, yo no tenía ningún impedimento, ni mi esposo tampoco. Habíamos descartado todo, hasta me habían operado de un Mioma para limpiar mi útero de todo elemento extraño. Y superé todo, una hermosa cicatriz me quedó en mi lado izquierdo del abdomen para recordarme siempre todo este proceso. 

        Decidimos pasar navidades con mis suegros, ellos viven en Castiglione Di Sicilia, un pueblo al Sur del Sur, un pueblo de ruinas y un enorme castillo de piedra, ancianos y niños. Un pueblo con mucha historia. Pero la historia de la que toda la familia hablaba era la mía. Me había tenido que llevar parches de estrógeno y las inyecciones de progesterona que me tenía que poner a diario y que mi suegra, Graciela me aplicaba con una mano gentil, para “il Bambino”. Todos, incluyéndome, estábamos esperanzados, me cuidaban con una princesa, me alimentaban por dos.
        
Un día mi suegro Antonino le dio a Pepe, mi esposo, un regalo que venía desde hace muchos años. Su abuela había dejado cien Euros en el banco para cada nieto, y eso se había convertido, con el paso de los años, en mil Euros. Era el momento indicado, pronto sería padre y los iba a necesitar. Fue un momento lindo. La maravillosa unión familiar. 

        Ya me había tocado en mi historia personal ser el pegamento de mi familia, la historia se volvía repetir con mi familia política, ahora todo dependía de mi útero. Ahora todo dependía de mí. Mi cuñada,Maríaera súper fértil, ya iba por dos hermosas niñas y me daba sabios consejos para mi futura maternidad. Porque embarazada ya estaba, ¿no?. Al menos así nos sentíamos todos. Expectantes.  Celebramos las fiestas incluyendo al futuro miembro de la familia. 


        Nos despedimos en el Aeropuerto de Catania, nos esperaba una escala en Milány la llegada a la convulsa Caracas que nos resistíamos a abandonar. 

Antes de viajar pasamos por los cajeros automáticos (ATM) para retirar los $400 dólares que nos correspondía a cada uno por nuestro cupo de viajero. La ley de cambio en Venezuela para esa época era estricta, controlaban todos tus movimientos en el exterior, nos sentíamos observados, jamás nos imaginamos que en un futuro, ni siquiera eso podríamos hacer. La ley permitía sacar 400 cada mes. Entre los dos teníamos los $800 del mes de Diciembre de 2009 y nos tocaba el otro tanto del mes de Enero. Llevábamos billetes para abanicarnos: $1.600 dólares y los 1.000 Euros de la Abuela. Parecía que esa historia de que los niños vienen con un pan bajo el brazo, era cierta… en este caso nuestro bebé venía con un Pannini con Prosciutto y Mozzarela. Era el 02 de enero del 2010. Regresemos al avión.

Salí del baño intentando ocultar mi decepción, mi vergüenza, las hormonas alteraban mi capacidad de pensar claramente, era una bomba de sentimientos a punto de estallar. Y me senté junto a él, le dije: “lo siento”. Pepe que ya sabía lo que ocurría me abrazó, no era la primera vez que nos sucedía, no era la primera vez que perdíamos miles de dólares en el intento. Pero con voz calma me dijo: “Yo creo que mi abuelita nos dejó este dinero para que lo sigamos intentando otra vez, no te preocupes, seguiremos”. Y esto me calmó un poco. Cada día intento ser más espiritual y decidí calmarme, pensar que la vida nos preparaba una sorpresa grande. Y vaya que nos la preparaba.

Al llegar al Aeropuerto de Maiquetía, en Caracas, Venezuela nos recibió no sólo la oleada de calor seco propia de la costa, sino el caos. Llegaban miles de pasajeros de sus viajes decembrinos, cientos de personas que como nosotros querían un taxi.

Y allí empezó nuestro error.

Nuestro equipaje venía protegido con un plástico verde, muy llamativo y varios stickers de Alitalia. Estábamos agotados, tristes. Sólo queríamos llegar a casa y abrazar a nuestra perrita: Chiringa, nuestra fiel compañera en los últimos años. Nos pusimos en la interminable fila que había que hacer para tomar un taxi. Al inicio de la fila un hombre con una carpeta en mano iba anotando a las personas y asignando los vehículos, teníamos más de veinte personas por delante. El calor hacía que sudáramos, nos quitamos los abrigos, veníamos del frío. Ahora estábamos agotados, tristes y sudados. Un hombre se nos acercó y nos ofreció taxi, nos pareció extraño, pero en un par de segundos tomó nuestras maletas, se dirigió al hombre de la carpeta, hablaron y nos dijo que él pertenecía a la misma Cooperativa de taxis, que lo siguiéramos.

Ahora estabamos agotados, tristes, sudados pero veíamos más cerca la casa, y a Chiringa, accedimos. Aunque tampoco teníamos opción, el hombre ya iba con nuestras maletas y las puso en el baúl de su coche. Lo único que recuerdo, es que era blanco

Entramos en la parte trasera, ibamos con nuestros Blackberrys que estaban muy cotizados y Pepe y yo decidimos quitarle el sonido para no despertar la tentación, estaban robando mucho estos teléfonos y ya los Venezolanos nos habíamos acostumbrado a guardar nuestros aparatos en los bolsillos, carteras, en el brasiere, donde fuera con tal de mantenerlos con nosotros.

Ya nos habían asaltado dos veces en Caracas. Sabíamos cuidarnos. Sabíamos vivir en esa ciudad, estar alertas. Caminar con la cartera pegada al pecho, apretándola con las dos manos, sabíamos llegar temprano a casa, y si rumbeabamos nos quedábamos hasta el amancer en casa de amigos. Sabíamos cuidarnos.

El chofer del taxi adelantó unos pocos metros y desaceleró, en un segundo otro hombre se subió al puesto de adelante y era un amigo de él que necesitaba llegar a Caracas, el aeropuerto queda a media hora de la ciudad, nos dijo que este era su último viaje, no nos pidió permiso, nos informó.

El pasajero no hablaba, sólo el chofer quien nos hacía mil preguntas, todas nuestras respuestas eran falsas. Sabíamos protegernos.

Nos preguntó dónde trabajábamos, le mentimos, le dijimos que éramos escritores de cuentos infantiles, jamás mencionábamos que trabajabamos en Radio Caracas Televisión, RCTV, el canal de televisión que el Gobierno cerró, no sabíamos dónde podía estar el enemigo. Si el chofer era adepto al Gobierno, o como mejor se les conoce: Chavista, y si nosotros decíamos la verdad, las cosas podían ponerse incómodas, o feas. Sabíamos cuidarnos.

Pero el chofer fue agarrando confianza, le dijimos que vivíamos en La Candelaria, en la Avenida Urdaneta, una zona popular, eso era cierto, le dijimos que nuestras maletas estaban llenas de abrigos porque sólo habíamos ido a visitar a mis suegros que vivían en un pueblo de dos tiendas y una sola calle, eso también era cierto. Él habló en contra del Gobierno, criticó al Presidente Hugo Chávez, habló de un cargamento de juguetes chinos que venían en un barco y que jamás llegó, que los niños pasaron navidades sin su regalo y que no era justo. Eso nos hizo sentir un poco más seguros, era de los nuestros. 

Fue de los nuestros hasta que llegamos a una bifurcación, un camino llevaba a Catia, una zona peligrosa que no conocíamos bien, y el otro seguía por la Autopista y que tenía una salida, Quinta Crespo, casi directo a nuestra casa. Parecía todo tan sencillo, pero una pistola nos apuntó de frente, el pasajero la estaba empuñando. El chofer nos dijo: “No hablen, no griten, no hagan nada, esto no es un secuestro, están colaborando con el régimen”. Y nos pidió los pasaportes. Todo se puso muy violento. Estábamos agotados, tristes y muy asustados.

Nos tomaron fotos, nos pidieron todo lo que teníamos, todo. Con los pasaportes hicieron un show. Tenían un radio y se comunicaban supuestamente con migración, su contacto les pasó nuestra dirección (después supimos que la vieron en nuestros pasaportes) nos amenazaron, nos tomaron fotos y nos dijeron que si los denunciábamos con la Policía iban a buscarnos y a matarnos. Sabían dónde vivíamos. Ahora ellos sabían todo, y nosotros nada.

Mi esposo les pedía que me dejaran y yo gritaba ¡Estoy embarazada! ¡No nos maten!. Yo creía que estaba embarazada hasta hace apenas unas horas, no podía perder al papá de mi bebé, no podía dejar que mataran a la criatura de tres días que vi en la foto y que aún llevaba en mi vientre. Fue algo desquiciado, violento, traumático. Y más cuando se llevaron nuestro dinero. El dinero de la abuelita, el dinero del Bambino del pasado, el dinero para el Bambino del futuro. Todo era una mierda y nuestra vida parecía que se iba a acabar ahí. Hasta que después de varias vueltas con la modalidad del “ruleteo”que acostumbraban hacer en los “Secuestros Express”nos dejaron en la Autopista que estaba cercana al Terminal de autobuses del Nuevo Circo, estaban plenos con todo ese dinero, no nos llevaron a cajeros automáticos o nos golpearon, no nos hicieron más nada. Nos amenazaron con otro show, supuestamente venía un francotirador detrás que nos iba a rematar si hacíamos algo, nos pidieron que los despidiéramos como si fueran nuestros amigos, que estrecháramos sus manos y nos regresaron el equipaje y las laptops para que siguiéramos escribiendo cuentos para los niños que no recibieron los juguetes de los chinos. Y nos dieron algo de dinero para otro taxi.

Aterrados tuvimos que tomar otro taxi, y allí Pepe me dijo: “llegas a casa, tomas a la Chiringa y nos regresamos al aeropuerto. Te voy a sacar del país, y luego te alcanzo”.

Ese día decidimos irnos de Venezuela. No fue inmediato, tuvimos que pasar algunos meses superando el trauma, haciendo planes, sellando cajas. 

El 23 de Enero del 2010 cerraron definitivamente la señal de RCTV. Nos quedamos sin trabajo, sin futuro, sin país. El 10 de Mayo del 2010me fui yo primero a Ciudad deMéxico, Pepe me alcanzó después con La Chiringa en brazos, para nunca más regresar

Y hoy en día sabemos que fue la abuelita la que nos salvó, porque sin sus mil Euros, a lo mejor, no estaríamos vivos… ni hubiera decidido en el 2011contactar al Licenciado Ricardo Gallego Félix deInternational Child Foundation Adoptionpara empezar el viaje más bonito de mi vida, con muchos más vuelos, más equipaje y más sonrisas. 

Sin esos mil euros, no hubiera llegado a julio del 2012 hasta Sonora en Nogales, MéxicoRefugios de Dios para Niños, I.A.P.donde estaban esperandome mis hijos, a los que la cigüeña por error había dejado allí. La abuela me salvó, y ellos, mis hijos, me salvaron a mí. 


Yutzil Martínez 
Agosto 2019.






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