viernes, agosto 30, 2019

Yutzil 1970

La celebración no era por lo sana, ni siquiera porque era una niña. 
Celebraron con champán que nació güerita, de ojos verdes, blanca, blanquísima! 
No se parecía a ella y eso era un regalo. 
El mejor regalo de navidad para una familia rota por los prejuicios. 
El hijo varón, blanco y consentido se había casado con la chica morena, con la mejor amiga de su hermana, pobre, arrimada. La morena les venía bien a Los Martínez como una criada, pero no como esposa del hijo, no como la madre de una nieta que podía salir prieta como ella. 
Mi vida empezó con ese plot tan setentero… digno de “El derecho de nacer”.
Nadie identificaba que ella era mi madre, tenía apenas veinte años, una niña cargando una bebé. La veo en la foto y pienso que los que les aterraba a todos su era enorme belleza, porque vaya que era bella. Lo es. 
Y me abrazó siempre tan fuerte que me dio seguridad y la certeza que pertenecía a un mundo en donde todo empezaba con ella, todo terminaba en ella. 
Era su muñeca, su regalo que caminaba desde los nueve meses, hablaba desde los diez, mi madre esperaba atenta mi primera palabra y después no hallaba como callarme, así ha sido hasta el día de hoy. 
¿Con qué palabras jugaría si en este momento empezara a hablar? ¿Cuál sería mi elección? ¿Si ella me enseñara a hablar, qué me enseñaría? 
Estoy segura que sería “Papá”. 
Porque si algo hizo mi madre desde que lo vio fue adorarlo, idolatrarlo, seguirlo, acompañarlo en todas sus aventuras, su errores, su inmadurez, lo ama tanto que ese amor me lo tranfirió desde la teta. No lo dudo, fue mi primera palabra. 
En mi casa no había ojos para nadie más. Es él quien está tomando la foto, es él el que le pidió a ella que mirara hacia un lado, coqueta. 
Siempre nos dirigió la pose, la mirada, la vida. 
Y yo veo a cámara a punto de estallar una sonrisa, porque para mí era un día más en el que le regalaba mis carcajadas, me importaban un rábano los regalos que me esperaban en el árbol, no tenía idea de lo que era navidad.
Lo único que sabía era que yo era su regalo. 
Me puso un nombre complicado, dificil de pronunciar, azteca, maya, nahuatl, indígena, me trajo sus raices mexicanas y me presentó al mundo con un gran significado: 
Yutzil = “Lo Mejor”
No es fácil cargar ese peso, ser la mejor para él, para ella, para una familia que se mantenía unida gracias al milagro de mi piel, de mi cabello, de mis ojos milagrosos que nadie tenía. Era el pegamento, la niña más bonita del mundo, que iba a ser Miss Venezuela, una actriz reconocida, tan chula la niña que no se parecía a ella. 
Humillar fue por mucho tiempo el deporte familiar. 
No fue fácil luchar cincuenta años con el estigma de ser “lo mejor”, el regalo, la bonita que se echó a perder, la navidad que finalmente todos celebraron. 
Hoy el fotógrafo está en un hospital, se está apagando poco a poco y ella lo cuida con el mismo amor con el que me enseñó mi primera palabra.
Se va a morir y con él se irá un pedazo de mí, pero quedará su orgullo, quedará “lo mejor”, lo mejor de mí. 


Agosto 2019

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